La purificación del corazón

10 de junio de 2025 Diana von Kreitmayr

En el contexto bíblico “el corazón” es la sede del amor, de la conciencia, de la espiritualidad y, a fin de cuentas, de la razón. Por eso se califica como el órgano inspirador de la moralidad verdadera y profunda. Para ventaja nuestra, Dios conoce hasta lo más profundo del corazón humano; él sabe nuestras buenas intenciones, nuestros nobles propósitos, todo lo que somos capaces de soportar en su nombre; también conoce nuestras debilidades y errores. Así se da la advertencia de no dejar que los pecados internos se desarrollen en nosotros, es decir, esforzarnos para que los planes malvados y sentimientos torcidos jamás tengan aceptación en nosotros.

A los limpios de corazón, Cristo los llama ‘dichosos’ y les ha prometido –en el sermón de la montaña– que verán a Dios. Esta promesa, según el Catecismo de la Iglesia Católica, desde luego equivale a promesa más valiosa de la salvación futura. Sin embargo, cada una de las bienaventuranzas tiene también una aplicación benéfica. Y así, los limpios de corazón, verán a Dios presente desde esta vida. En otras palabras, verán como Dios nos ve a nosotros: Con paciencia, con comprensión y con amor misericordioso. La pureza de intención y los sanos sentimientos son como los dos focos para mirar como Dios nos mira.

Jesús nos indica que el corazón es la sede de la personalidad moral: “De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios y fornicaciones” (Mt 15, 19). La lucha contra la codicia de la carne pasa por la purificación del corazón: Mantente en la simplicidad, la inocencia y serás como los niños pequeños que ignoran el mal destructor de la vida de los hombres (cf El Pastor de Hermas).

La sexta bienaventuranza proclama: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Los “corazones limpios” designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad, la castidad o rectitud sexual, el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe. Existe un vínculo entre la pureza del corazón, del cuerpo y de la fe: Los fieles deben creer los artículos del Símbolo “para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón, comprendan lo que creen” (san Agustín).

A los “limpios de corazón” se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a él. La pureza de corazón es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir a otro como un “prójimo”; nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina.

Todos podemos fomentar en nosotros mismos, en nuestros familiares y amigos, y en todos los que nos rodean un ambiente de paz y de pureza de corazón, que Cristo mismo nos va concediendo. El amor verdadero todo lo puede.

Texto basado en: Catecismo de la Iglesia Católica, 2517-2519.

Fuentes: Semanario Alégrate - Catholic.net

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