El agua: un bien cada día más valioso

17 de junio de 2025 Diana von Kreitmayr

Gianpaolo Salvini sj.

Fuente: La Civiltà cattolica n.3670

mayo del 2003

Cada vez con más insistencia se habla del agua como de una de las futuras próximas emergencias. Se han multiplicado publicaciones, congresos, nacionales e internacionales, para discutir el problema y los modos para remediar lo que es visto por algunos como la bomba de tiempo y como fuente de nuevos conflictos.

Las Naciones Unidas han proclamado el año 2003 como «Año internacional del agua». Este año se celebró el Tercer Forum Mundial sobre el agua (World Water Forum ? WWF),11 en Kyoto (Japón), del 16 al 23 de marzo pasado, en coincidencia con la mayor manifestación organizada por la ONU sobre el tema del «agua». Aunque ya de por sí, en la opinión pública mundial, se nota un cierto escepticismo, si no es que indiferencia, sobre las Cumbres internacionales de las Naciones Unidas, a causa de los escasos resultados concretos obtenidos, en el caso específico de Kyoto, el estallido de la guerra contra Irak precisamente a la mitad del Forum, contribuyó a distraer casi toda la atención sobre un tema importante, pero no menos espectacular y recurrente que la guerra. Muchos Jefes de Estado y de Gobierno, como también muchos ministros han disertado sobre el tema. Sin embargo, la cobertura de la prensa al acontecimiento fue inferior a lo acostumbrado para estas Conferencias internacionales.

El agua

Que el agua sea un elemento fundamental es un dato que se da por descontado. Si hasta ahora se había hablado relativamente poco sobre el tema, se debía quizás a que todo lo que es indispensable para la vida era considerado fuera de toda discusión. También porque el agua, como el aire, no es sustituible: simplemente hay o no hay. Así como no se habla casi nunca de un «derecho al aire», no se hablaba de un «derecho al agua», hasta que el agua (potable) comenzó a convertirse en un bien escaso, mal distribuido y que permanece como una ilusión para millones de personas.

Sin agua no hay vida, mucho menos vida humana. En todas las religiones el agua es símbolo de fecundidad, más aún se encuentra en el origen de toda fecundidad, y es signo de purificación y de limpieza. Es signo de bendición y de supervivencia. En la Biblia, expresión de una civilización que se desarrolló en una región donde el agua escasea, Israel vive porque considera al agua un don gratuito de Dios. Este elemento es signo de los tiempos mesiánicos. «Se trocará la tierra arrasada en estanque y el país árido en manantial de aguas» (Isaías 35, 7). Dios mismo es exaltado como fuente de agua viva. El Nuevo Testamento conoce expresiones análogas. Baste pensar en toda la simbología bautismal.

Pero el agua es también flagelo y medio de destrucción: Babilonia será destruida por las olas. Jesús nombra «el estruendo del mar y de las olas» (Lucas 21, 25) entre los signos apocalípticos. El diluvio es el signo más evidente de que el agua es vista como castigo, mientras que el Mar Rojo muestra la ambigüedad de este elemento: es muerte y destrucción para los perseguidores, victoria y liberación para los hebreos, que se consideran siempre los «liberados por las aguas».

En realidad, la misma ambigüedad existe hoy en la opinión pública y en los medios masivos de comunicación, según nos encontremos en presencia de tormentas devastadoras o de prolongada sequía. La presencia en todas las religiones del mundo de oraciones o de ritos para obtener o la lluvia o la calma significa que el régimen de las precipitaciones atmosféricas no se ha acomodado nunca a los deseos del hombre, haciendo llover en el momento justo o calmarse cuando es necesario, lo que debería tenerse en cuenta para evitar los recurrentes alarmismos actuales.

En los debates contemporáneos, el agua es considerada sobre todo como factor positivo e indispensable, sobre todo cuando se habla del agua potable y salubre, es decir, del agua que sirve para la vida. Sin embargo, no faltan quienes subrayan el aumento del número de tempestades devastadoras y su intensidad: en los años cincuenta se dan entre 6 u 8; pero en los años ochenta fueron 18 y 26 en los años noventa. Los expertos se muestran cautos para aceptar una correlación directa con el tipo de economía industrial expandida en Occidente.

Un mundo de sedientos

Aunque no se quiera admitir, la situación que se refiere a la sed no es, estadísticamente hablando, muy diferente a la del hambre. El agua en nuestro planeta es abundantísima, pero el 97.5% del agua es salada y el resto, el 2.5%, es agua dulce; como sucede con los alimentos, el agua está mal distribuida, no se logra hacerla llegar a los que tienen urgente necesidad de ella. Es verdad que las estadísticas sobre el tema son siempre aleatorias y no permiten muchas comprobaciones, pero pueden ser aceptadas como punto de referencia, y para comprender las dimensiones del fenómeno la ONU ha dado a conocer, a la vigilia del Forum de Kyoto, un detallado Reporte sobre el agua,22 que ofrece cifras desoladoras; todavía más pesimistas se muestran las perspectivas para los próximos 20 años, cuando, según el Reporte, la disponibilidad del agua se reducirá un tercio más.

Más de mil millones de personas no tienen acceso directo a fuentes seguras de agua. Casi dos mil millones y medio de personas no tienen acceso a estructuras higiénicas adecuadas, mientras que dos millones de personas mueren cada año a causa de enfermedades provocadas por la falta de agua potable. 6,000 niños mueren diariamente por el mismo motivo. Pero los cálculos, como se ha dicho, son difíciles de comprobar. Por ejemplo, cada año, 5 millones de personas (en buena parte niños) mueren por causas que tienen que ver con la diarrea, debido muchas veces por la ingestión de agua no potable; pero siempre es difícil determinar la correlación precisa. De hecho, una de cada cuatro personas, en nuestro planeta, no puede utilizar agua limpia para beber, comer o para asearse. Según el WWC, para vivir se necesitan por lo menos 50 litros de agua al día por persona: 5 para beber, 20 para la higiene, 15 para asearse, 10 para cocinar. 40 Países, «los más sedientos» del mundo, se deben conformar con 10 litros per capita al día. El consumo del agua en el mundo está dividido entre el 20% a la industria, el 80% a la agricultura (se necesita 1000 toneladas de agua para colectar una tonelada de cereales) y, solamente el 8% para el uso doméstico, que es evidentemente en el que se piensa cuando se habla de sedientos y de agua potable.

 

Para proporcionar datos en los que nos podamos orientar mejor ha sido ideado un nuevo indicador, el que señala el índice de escasez hídrica (Water poverty Index) elaborado por 31 investigadores junto con 100 especialistas de todo el mundo. Esto clasifica los 147 Países que han proporcionado los datos completos en base a cinco características relativas al agua potable: cantidad, accesibilidad, alcance, administración e impacto ambiental. Son muy evidentes, y previsibles, las clasificaciones, en lo que se refiere a los primeros diez: Finlandia, Canadá, Islandia, Noruega, Guyana, Surinam, Austria, Irlanda, Suecia y Suiza. Los últimos son: Haití, Nigeria, Etiopía, Eritrea, Malawi, Gibuti, Chad, Benín, Ruanda y Burundi. Italia se encuentra en el 52º lugar, precedida por muchos países industrializados, pero también por Chile, Venezuela, Gabón y Tailandia.

La cantidad de agua disponible, según algunos expertos, se ha reducido en un 40% en los últimos treinta años por efecto tanto del aumento demográfico, por los usos industriales y agrícolas como por la contaminación. Una cuarta parte de la tierra está amenazada por la desertificación, y amplias zonas húmedas se han perdido en el curso del siglo XX.

Más en concreto, en África, una de cada dos personas sufre enfermedades a causa de la falta o de la mala calidad del agua. Más de 300 millones de africanos no tienen acceso al agua potable y casi todos viven en Países que no tienen una red acuífera. Como en el caso del hambre, no hay nadie que diga que no quiere resolver el problema, pero el contraste comienza cuando se discute sobre los medios para proveerlos y, todavía más, sobre quién debe pagar los gastos. El caso es que el problema no está resuelto y, más aún, tiende a agravarse.

Más allá del dramático problema humano, hay que hacer notar graves efectos colaterales. Muchos conflictos han surgido ya por el control de las aguas y de los ríos, y muchos más se prevén al irse sintiendo cada vez más la escasez del agua, no por nada bautizada ya como «oro azul» y como objeto valioso sujeto a ásperas discusiones. La zona de Mesopotamia (lamentablemente teatro reciente de la guerra), una de las cunas de la humanidad, se ha ido desertificando por las continuas sustracciones de agua de los ríos Tigris y Eufrates por parte de los Países que controlan el curso de los ríos, particularmente por Turquía, que está construyendo un imponente sistema de diques para la irrigación de su territorio, levantando las protestas de Irán y de Siria. Desde hace años, Israel ha sido acusado por sus vecinos de sustraer unilateralmente agua del Jordán y de otros ríos para irrigar sus propios campos. Estos son algunos de los ejemplos más conocidos.

El Forum de Kyoto

El 16 de marzo pasado se abrió el Forum de Kyoto con el acostumbrado flujo de delegados: cerca de 24 000 provenientes de 182 Países, es decir, cerca del triple de cuantos eran esperados, como también 1 3000 periodistas acreditados y centenares de ONG?s. Los trabajos se desarrollaron tanto en Kyoto como en las ciudades de Osaka y Siga, articulados en 351 sesiones y seminarios, dedicados a 38 diferentes temas, vinculados entre sí y todos con referencias al agua, discutiendo en particular sobre cómo llevar agua segura (safe, que puede significar agua garantizada, es decir, potable) y servicios higiénicos a todos los habitantes del mundo.

A pesar de las grandes esperanzas puestas por algunos en el Forum, los resultados han sido bastante desilusionantes, aunque no han faltado juicio positivos, como los expresados por el jefe de la delegación italiana, el subsecretario del ambiente Roberto Tortoli. Prevaleció la línea de la Cumbre de Johannesburgo del 2002, orientada más a las acciones voluntarias coordinadas entre sí que a los compromisos vinculantes, que no logró la ratificación y la actuación de los Estados miembros, como sucedió con el compromiso sobre los cambios climáticos, firmado en 1997, precisamente en Kyoto. En Johannesburgo se habían propuesto reducir el número de los sedientos en el mundo dentro del 2015. Pero dado el escaso interés, es muy difícil que se logre el objetivo.

Se comprometieron por 500 proyectos concretos, que han permitido a Kenzo Hiroki, subsecretario general del Forum decir que se trató de una Conferencia «realmente orientada a la acción». Pero las intervenciones, si bien sutiles, no han sido encuadradas en un ordenamiento general. Además no aumentaron el financiamiento destinado al problema del agua, hoy casi 800 miles de millones al año. Se propuso redoblarlos, a modo de llegar a los 200 mil millones, considerados necesarios para lograr la meta fijada, pero la propuesta cayó en el vacío, porque excesiva. Según G. Young, uno de los redactores del Reporte esto es «lo que se gasta por jugar golf y para alimentar a perros y gatos». A estas sumas habría que añadir las contribuciones voluntarias.

Françoise Guerquin, coordinadora de la unidad Water Action del WWC, ha declarado: «Se trata de centenares de intervenciones a escala local que comprenden la creación de infraestructuras para llevar agua potable a los pueblos y barriadas, para realizar plantas de tratamiento y reuso de aguas tratadas, para revitalizar los ríos, para instalar servicio de monitoreo». Los Países en los que habría que actuar son los más necesitados de Asia, África y América Latina. Italia se comprometió a realizar unos cincuenta proyectos en el Medio Oriente, en los Balcanes, en África y en Asia, pero también deberá doblar las mangas de su camisa en su propia casa, como veremos más adelante. Sin embargo las 500 acciones prácticas han sido dejadas a la voluntad de cada Gobierno sin que se prevea algún compromiso financiero de parte de los Países industrializados, quienes, como siempre, hacen el papel del león pero no están dispuestos a renunciar a sus propios beneficios: el 11% de la población mundial consume el 88% del agua potable, mientras que 80 Países en vía de desarrollo viven en un estado de perenne penuria.

La posición de los Estados Unidos de Norteamérica ha sido particularmente rígida al no querer asumir otros compromisos a tiempos precisos. Europa se mostró muy débil y muchas delegaciones se dispersaron por el estallido de la guerra en Irak, que obligó a muchos ministros presentes a regresar precipitosamente a su patria, mientras que muchos previstos para los últimos días nisiquiera se presentaron. La posición de debilidad de las Naciones Unidas, particularmente afectada por el estallido de la guerra que no supo impedir y que fue declarada sin su consentimiento, no ayudó mucho a darle la importancia y autoridad a una Conferencia convocada bajo su patrocinio.

Los problemas emergentes

En el Forum surgieron numerosos problemas, relacionados con el agua, que fueron discutidos por políticos y expertos desde posiciones contrarias, a veces, de manera visceral. Señalamos solamente algunos. Ante todo el tipo de acción auspiciada: muchos Países han recurrido a la construcción de diques para almacenar y distribuir el agua necesaria y proporcionar energía «limpia». El País huésped, Japón, las ha construido por doquier. Pero la política de los grandes diques es contestada por los ambientalistas, que denuncian los daños ambientales y los costos sociales. Es probable que no se puedan prescindir de los diques y de la captación de los ríos por sus evidentes ventajas que ofrecen, pero deben ser valoradas caso por caso. El casi agotamiento del lago Aral en la entonces Unión Soviética (hoy Kasakistán y Uzbekistán), o los problemas del dique de Asuan, por ejemplo, son bien conocidos. Otros ejemplos son la construcción en China (el dique de las Tres Gargantas) y en la India, etc., de otros diques todavía más imponentes, que levantan fuertes reclamos por motivos ambientales, por la protección de las especies animales y por el desplazamiento de millones de personas.33

Otro punto, objeto de acaloradas discusiones, es la privatización o no de los acueductos. La privatización (favorecida por el Banco Mundial) hace probablemente más racional la administración de los recursos, disminuyendo los desperdicios, remediando las frecuentes desastrosas faltas de servicio de la administración pública y ofreciendo nuevos recursos. Pero los privados están decididos a invertir en iniciativas que garanticen la recuperación a largo plazo, pero siempre mirando al beneficio inmediato, sin tomar en cuenta las necesidades de la población, menos si nos es solvente. Se señaló que los en los Estados Unidos, no ciertamente tentados de estatismo, la mayoría de los acueductos son públicos, tratando de administrar un bien común indispensable para la gente, pero que no siempre proporciona elevados beneficios. En efecto, no es fácil poner de acuerdo dos exigencias, la de la eficiencia, que ve en el agua un bien económico y la del bien común, que podría requerir inversiones y servicios aún sin que haya una recuperación, por lo menos directa.

Existe, además, tensión entre los que insisten sobre el descubrimiento de nuevas fuentes, excavando nuevos pozos, desviando los cursos del agua y aquellos que, por el contrario, piensan que es peligroso este modo de proceder, cuando el agua es escasa y además comprometida, e insisten, en cambio, sobre la reducción de los desperdicios, sobre la reutilización de las aguas ya usadas, y, sustancialmente, sobre un modelo de vida que implique una drástica reducción de los consumos del agua para reducir las enormes desigualdades presentes en el mundo y que comporte un verdadero cambio de mentalidad. Algunos han invitado, sarcásticamente, a los italianos a vivir consumiendo 20 litros de agua al día (como muchísimos africanos se ven obligados a hacer) y no los 200 que de hecho consumen, para ver cómo reaccionarían.

Finalmente volvió a plantearse el problema relativo a las necesidades fundamentales, es decir, si el «derecho al agua», como al alimento, al trabajo, deba configurarse como un verdadero y propio derecho, reivindicable y que hay que perseguir, o, simplemente, la expresión debe permanecer solamente como un subrayado de principio sin consecuencias prácticas. En efecto, los Países industrializados que se oponen a que se considere un verdadero y propio derecho subjetivo, temen que los sedientos lo hagan valer ante algún tribunal y verse obligados a pagar los gastos por haberlo conseguido. El documento final no da respuesta.

El Forum alternativo en Florencia

Mientras en Kyoto se reunía el WWC, se tuvo en Florencia el «Primer Forum alternativo mundial del agua» (21 ? 22 de marzo), con la participación de más de 550 delegados de cerca de 60 Países. Muchos participantes provenían de organizaciones ambientalistas: católicas, ONGs, organismos misioneros y ambientales no global. El coordinador fue el conocido economista Ricardo Petrella (coordinador de los Comités para el Contrato mundial del agua), quien desde hace muchos años no deja de denunciar las tendencias globalizantes y privatizantes que se manifiestan en el mundo. En este Forum alternativo participaron otras personalidades que le dieron renombre al acontecimiento: el portugués Mario Soares (Presidente del Contrato mundial para el agua) y la economista india Vandana Shiva.44 El Forum tuvo como objetivo discutir y criticar particularmente: la tendencia de convertir el agua en un business, es decir, en una mercancía, abriendo al mercado los servicios hídricos nacionales, que, en cambio, deberían ser un bien universal; los juegos del poder están detrás de los problemas hídricos y los compromisos concretos incumplidos por parte de los grandes del mundo en materia de agua. Los Estados Unidos particularmente, pero no sólo ellos, se oponen a cualquier declaración que vincule las emergencias hídricas al fenómeno invernadero y a las descargas contaminantes. Algunas multinacionales, 6 en concreto, han extendido su control sobre muchos acueductos, con el peligro de monopolizar un bien tan importante como para dejarlo en manos privadas. Como se ve, se trata de temas muy importantes, pero no fáciles de conciliar con la eficiencia que se quisiera obtener mediante los limitados recursos disponibles, y que no están dispuesto a aumentar.

La situación en Italia

Queriendo hablar algo sobre la situación en Italia, se puede ver que Italia, según la OCSE, es el País de Europa que consume más agua, y el tercero en el mundo, con 1.200 metros de agua per capita. Solamente Estados Unidos con 1.900 y Canadá con 1.800 consumen más que los italianos. Mucho más moderados son Luxemburgo (200 metros cúbicos per capita), Dinamarca (poco más de 200 metros cúbicos) Gran Bretaña (300) Suecia, Polonia e Irlanda que consumen al derredor de 400 metros cúbicos. En Europa, los griegos son los que más se acercan a los italianos. Hay que hacer notar que mientras en Italia el agua se utiliza en la agricultura, en los demás países industrializados la mayor parte es usada para la industria y solamente el 30% para la agricultura. También, en el renglón doméstico, los italianos están a la cabeza entre los Países europeos.

Italia tiene acueductos que pierden agua por todas partes (también por conexiones defectuosas) hasta casi el 40%. A esto no se le da importancia en el Norte, donde el agua es abundante, pero constituye un verdadero problema para el Sur, crónicamente pobre de agua. Existen, por consiguiente, grandes desigualdades en Italia: la media nacional es de 293 litros al día, pero un romano consume 500 litros de agua al día, un bolonés 167 y un napoletano 164. El desperdicio es debido también al hecho de que el agua en Italia es muy barata (y además no es pagada muchas veces): en Roma un metro cúbico de agua cuesta 69 centavos de euro, en Berlín 4.24 euros y en Zurich 2.90 euros. El resultado es que un italiano encuentra normal regar su jardín con agua potable, cosa considerada en otros lugares un verdadero derroche. Están previstos aumentos del precio del agua, para motivar a un consumo más atento y para contar con fondos necesarios para el mantenimiento y extensión de la red hidráulica.

Posición de la Santa Sede

La Santa Sede no ha dejado de participar en la preparación del Forum de Kyoto y en las otras ocasiones en donde se ha hablado del agua, con sus propias intervenciones, dado las obvias dimensiones humanas y éticas del problema. Con motivo de la Jornada Mundial de la Alimentación, organizada por la FAO, el 13 de octubre del 2002 Juan Pablo II envió un mensaje a Jacques Diouf, director general de la FAO, en el que hace hincapié sobre la importancia del tema del agua, al que la Jornada estuvo dedicada el año pasado con el título «Agua, fuente de seguridad alimentaria», augurando que se reflexionase sobre la importancia de este elemento sin el cual no se puede vivir y que se considere «el acceso al agua un derecho de las personas y de los pueblos».55

Durante el Forum de Kyoto, la delegación de la Santa Sede, presidida por mons. Frank Dewane, subsecretario del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, distribuyó un amplio texto66 del mismo Consejo, como contribución de la Santa Sede al Forum. Se trata del documento más completo y orgánico de un dicasterio de la Santa Sede sobre el tema del agua; el documento contiene muchos elementos de reflexión y muchas propuestas. En él se toman en consideración la problemática del agua, bien universal de la humanidad, en todas su diferentes dimensiones, no sólo física, económica y política, sino también ética, social y religiosa. El agua es un bien social, económico y ambiental: su administración requiere de principio éticos y sociales no fáciles de conciliar con las demás exigencias. En particular se mencionan: el principio del respeto de la dignidad de la persona humana a la que le es indispensable el acceso al agua; el principio de equidad (entre naciones, entre generaciones, etc.); el principio del destino universal de los bienes entre los que el agua ocupa un lugar fundamental; el principio de solidaridad, que debe guiar su administración también para evitar conflictos; el principio de subsidiariedad para ayudar los esfuerzos sobretodo locales; el principio de participación de modo que todos, incluidos los pobres, estén involucrados en la administración del agua.77

Dado que en el ámbito de las Naciones Unidas se cuenta con muchos instrumentos para la defensa de los distintos derechos humanos universalmente reconocidos, también el derecho al agua debe ser reconocido como tal, porque el agua potable suficiente y segura es una precondición para la realización de los otros derechos.88 Se debe buscar los modos de realizarlo a nivel local, nacional e internacional.

Algunas observaciones a modo de conclusión

También en el caso del agua, el problema nace cuando ésta se vuelve escasa y como tal se convierte en un bien económicamente significativo. Pero es muy reciente la toma de conciencia del hecho de que la falta de agua afecta hoy no solamente a determinadas poblaciones o zonas desafortunadas, cosa que se ha constado siempre en la historia, sino que puede convertirse en una emergencia a nivel mundial. Su falta significa vida infrahumana o muerte para millones de personas, especialmente niños, y puede transformarse en una amenaza para la misma estabilidad mundial.

Nos parece muy positivo el hecho de que se discuta y se tome conciencia del problema. En un mundo cada vez más globalizado, la sobrevivencia de un pueblo no es sólo problema de ese pueblo, sino que es o debe llegar a ser problema de todos. Asegurar las condiciones mínimas de vida para cada habitante de la tierra es un imperativo moral para todo la humanidad. El acceso al agua es una de estas condiciones.

Es evidente que existe hoy suficiente cantidad de agua para todos, pero, como en el caso de los alimentos, en muchos lugares hay demasiada y es desperdiciada, y en otros lugares falta. El transferirla es posible solamente en distancias limitadas, salvo emergencias; pero es ciertamente posible encontrar las inversiones necesarias para que el agua a nivel nacional o regional sea llevada ahí donde se necesita, y se construyan los acueductos necesarios y se reparen los que están dañados. Sus usos deben ser repartidos diferentemente entre los distintos sectores. Baste pensar en la gran cantidad de agua empleada para una agricultura subvencionada con enormes sumas.

La lucha por el acceso al agua se identifica muchas veces con la lucha por la dignidad humana y la lucha contra la pobreza. Hay agua, y se puede encontrarla, pero muchos de aquellos que la necesitan no tienen los recursos económicos. Además la falta de agua tiene efectos más devastadores para los pobres que para lo pudientes, los cuales pueden proveerse de ella de muchas maneras. En efecto, muchos servicios hídricos tiene costos muy elevados que los pobres no pueden permitirse.

La administración del recurso del agua es una cosa demasiado importante y delicada para que sea dejada a la libre iniciativa, sobre todo ahí donde escasea. Una vez más se trata de saber gobernar la administración de un bien fundamental para todos, de saber hacer los sacrificios necesarios de parte de quien es capaz de hacerlos, evitando que una bendición, como es el agua biblicamente entendida, pueda convertirse en una fuente de conflictos, de nuevas injusticias o de odiosos chantajes. ¿No era éste el plan de Dios, cuando cometió la «imprudencia» de confiarle a la humanidad los recursos fascinantes, pero limitados, del planeta?

 

Fuentes: www.signodelostiempos.com - Catholic.net

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