Hace unos días, el nuevo Papa recibió en audiencia a su predecesor al frente de la diócesis de Chiclayo, Monseñor Jesús Moliné Labarta. El obispo y misionero español reveló la gran vinculación de Prevost con un lugar de devoción eucarística. La ciudad peruana de Eten se encuentra dentro de los límites de la diócesis de Chiclayo y es aquí donde, según la tradición, el Divino Niño se apareció en el Santísimo Sacramento con motivo de la solemnidad del Corpus Christi, el 2 de junio de 1649.
El milagro eucarístico ocurrió en una iglesia abarrotada, ante la mirada del párroco y el alcalde. Un acontecimiento narrado en 44 páginas conservadas en los archivos del convento de la provincia franciscana. La escena se describe así: «Era un niño, de cintura para arriba, con rostro y cuerpo humanos, cabello rubio y ropa morada… Todo el pueblo repetía: «¡Milagro! ¡Milagro! El 22 de julio de ese mismo año, las crónicas relataron un nuevo milagro: Jesús reapareció en la hostia frente a los religiosos que la habían trasladado a otro sagrario.
Este es el único milagro eucarístico registrado en el Perú, del cual se han recopilado más de 20 mil testimonios de fe: en 2019, fue el entonces monseñor Robert Francis Prevost, obispo de Chiclayo, quien los envió a Roma a su predecesor Francisco. Cuando dirigía la diócesis peruana, fue él quien solicitó el reconocimiento del milagro eucarístico. Pero si estos dos extraordinarios episodios, ambientados en el siglo XVII y aún vigentes en la vida de fe de los peruanos, son conocidos en todo el mundo hoy en día, es gracias al beato Carlo Acutis.
El futuro santo, fallecido en 2006, de hecho incluyó el milagro de Eten en su exposición virtual. Según reveló Monseñor Moliné Labarta, Prevost no solo es el obispo que solicitó el reconocimiento oficial de Eten, sino que también es un gran aficionado a la devoción por El Niño del Milagro. Es de suponer que su teología eucarística no difiere mucho de la de Acutis.
Además, las imágenes de la procesión del Corpus Christi desde San Juan de Letrán hasta Santa María la Mayor hablan más que las palabras. El calor no disuadió al Papa de recorrer todo el recorrido, con los brazos en alto y la custodia en la mano, sin tener que cambiarse. Arrodillado en adoración, León dio aún más fuerza al mensaje pronunciado con motivo de la solemnidad: «En la Eucaristía, entre nosotros y Dios, esto es exactamente lo que sucede», explicó el pontífice: «El Señor acoge y santifica el pan y el vino que ponemos en el altar y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, un sacrificio de amor por la salvación del mundo».
Fuente: es.zenit.org