El amor no es un impulso repentino.”
Así lo dijo el Papa León XIV esta mañana en la Plaza de San Pedro, y en esa frase cabe una de las claves más profundas de la vida cristiana.
Mientras muchos esperamos que la gracia llegue como un relámpago o que la fe surja como un entusiasmo instantáneo, el Santo Padre nos recuerda que el verdadero amor —el que transforma, el que redime, el que salva— se prepara.
Como el hogar antes de una visita.
Como la mesa antes de la cena.
Como el alma antes de encontrarse con su Señor.
La Pascua, nos enseña el Papa, no es un rito más en el calendario. Es una actitud del corazón que se gesta día a día, en lo pequeño, en lo cotidiano, en las decisiones ocultas que nadie ve, pero que Dios sí contempla.
Cuando Jesús pide a sus discípulos que vayan a preparar la Pascua, no les da una receta mística ni les exige entender todo. Les da una indicación sencilla: busquen al hombre con el jarro de agua.
Ese hombre anónimo, cargando su vasija, representa a tantos que sin saberlo son parte del plan de Dios, que preparan discretamente el camino para la gracia.
Y el Papa lo deja claro: Dios ya ha preparado un lugar para nosotros.
Antes de que lo busquemos, ya nos ha salido al encuentro.
Antes de que lo comprendamos, ya nos ha amado.
La preparación no es autoayuda ni control ansioso. Es disposición confiada.
No se trata de tener todo perfecto, sino de hacer lo que nos toca: limpiar la habitación interior, poner la mesa de nuestra alma, abrir la puerta con fe.
La Pascua no se celebra solo en el templo, sino también en esa sala interior donde Jesús entra cada día.
Y allí, en el cansancio de la rutina, en la duda, en el dolor o en la alegría,
nos invita a preparar la cena de la comunión.
No con ilusiones vacías, sino con gestos reales: escuchar más, juzgar menos, agradecer incluso lo mínimo, reconciliarnos sin esperar a que el otro cambie.
Porque cuando preparamos la Pascua en la vida real, descubrimos lo que el Papa dijo al final
“Estamos rodeados de signos, encuentros y palabras que nos guían hacia esa sala espaciosa y ya preparada, donde se celebra sin cesar el misterio de un amor infinito.”
Fuentes: Cristo en la Ciudad - Catholic.net